En algún hogar del mundo, esa mañana, como todos los días, se escuchaban los gritos alterados de un hombre regañando a su hijo: Levántate pronto, lávate la cara, los dientes, péinate, ponte la camisa. Pero apúrate, tienes que ir a clases, sabes qué? Ya no hay tiempo para que desayunes, en el camino tomarás tu jugo, pero no lo vayas a tirar, qué te dije, tonto? Ya te manchaste la camisa, me tienes harto, nunca aprendiste a hacer bien las cosas. El chiquillo guardaba silencio, sabía que le podía ir peor, estaba tan atemorizado que ni siquiera podía decirle papá, en la escuela, constantemente era reprendido por su maestra porque se distraía, siempre pensando por qué no podía ser feliz como los demás niños. Esa tarde al regresar a casa, sin saber por qué, se atrevió a romper el silencio y dijo: Hoy me preguntó la maestra en qué trabajas y no supe qué responder. Yo entreno perros, dijo el hombre y para qué los entrenas? dijo el niño, los enseño a ser obedientes, a sentarse, a echarse, a qu
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