Días atrás, después de una mala noche por el racionamiento eléctrico, todavía, con las gotas de sudor surcando la frente, me senté en el jardín a tomar el café matinal. Con el mal humor a flor de piel, fije la mirada en una vieja mata de Cayena, que se resistía a morir ante la escasez de agua. Como un acto de rebeldía, de una de sus ramas asomaba una hermosa flor roja, llena de vida y rozagante de belleza, me llamó la atención, pero no me impresionó. Estaba absorto pensando en la terrible situación del país, cuando sentí una voz que decía: Señora, tiene algo para comer, levanté la mirada y era una indigente con una bolsa negra en el hombro, no, no tengo, le contesté. Muchas gracias y siguió su camino, luego reaccioné y me dije: pero por lo menos, puedo regalarle una taza de café que me queda la llamé y la invité a sentarse. Cuando le estaba sirviendo el café, sin saber por qué, decidí regalarle unos mangos, al ver la taza de cafe y la bolsita de mango, sorprendida preguntó y ...